Elena Martí manzanares
Elogio de la sombra (a propósito de Tanizaki)
Un site specific de Elena Martí Manzanares para el FantastikLab
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La artista barcelonesa afincada en València Elena Martí presenta en esta ocasión un site specific comisariado por la artista y gestora cultural Concha Ros para el espacio expositivo del FantastikLab.
La relación del título de este proyecto con el de la obra de Jun’ichiro Tanizaki viene dada por la importancia que en esta y, en general, en la cultura japonesa se les da tanto a la naturaleza como al papel y también, y a lo que nos remite el título, a las sombras:
“… nosotros los orientales creamos belleza haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes. Hay una vieja canción que dice:
Ramajes
reunidlos y anudadlos
una choza
desatadlos
la llanura de nuevo”1
En concreto, Martí utiliza para su instalación plantas de esparraguera secas y las envuelve delicadamente con fibra de lino blanco, jugando así con conceptos inherentes a la simbología del color blanco -tales como lo puro y lo sublime- tan presentes en el imaginario oriental, del mismo modo que lo está la naturaleza.
La naturaleza. Piedra angular del trabajo creativo de la artista Elena Martí. Elementos naturales combinados con objetos encontrados, o con trazos de grafito, con óxido o con… nada. Una hoja, una rama, una corteza de tronco adquieren, en las manos de Elena Martí, una significación nueva. O quizás lo que haga sea poner precisamente de relieve su valor intrínseco, en el acto de asociarlos con compañeros poco “ortodoxos”.
Esta “desnaturalización” de la naturaleza, valga la paradoja, me conecta a veces, en el lado opuesto del camino, a las esculturas sobredimensionadas de Claes Oldenburg. Parece simple,
1 Tanizaki, J.: El elogio de la sombra. Ed. Siruela. Madrid 2007, pág. 69
¿no? Cambiamos la escala y el entorno y obtenemos un nuevo resultado. Como si fuera tan sencillo… Se requieren, sin embargo, una destreza manual especial y una sensibilidad a flor de piel, como las que precisamente posee Martí.
Ella sabe, dice, que la naturaleza es una metáfora, en macro, de la condición del ser humano. Esta “lo encierra todo”: formas, colores, belleza, vida, muerte, luces, sombras, el paso del tiempo. Es reflexionando sobre este, por cierto, el modo en que la artista ha trabajado en varias ocasiones; recordemos por ejemplo aquellas hornacinas llenas de tiras de papel oxidado con la palabra temps perforada ad infinitum como resonancia de los poemas de Joan Valls… Un trabajo exquisito.
Desde siempre le fascinó el “utilitarismo” de los elementos naturales, el hecho de que todos ellos estén “diseñados” para un fin concreto. Quizás latió en la adolescencia de Elena una leve intención de cursar estudios de biología, pero solo hasta que se percató de que el arte le daba la oportunidad de investigar, de explorar el mundo, de este lugar del que las personas que lo habitamos nos estamos aprovechando, seguimos explotando. Aunque Martí advierte, como el ecofeminismo viene repitiendo como un mantra desde hace años, que así como la Tierra sobrevivirá, transformándose, la especie humana será la que se extinga, precisamente por haber buscado su propio perjuicio en forma de industria extractivista, huella de carbono, productividad desbocada… por nombrar solo algunas de las beldades de nuestra neoliberal sociedad.
A la pregunta de si se considera ecologista, Elena Martí responde, como era de esperar, que sí. A la de si es feminista contesta que “obviamente, sí; todo el mundo debería serlo”. Dice no adoptar un papel activista, pero lo cierto es que desde su taller salen al mundo objetos naturales que, tras haber pasado por sus manos, son como cápsulas ecofeministas que encierran este mensaje de sensibilidad y de cuidado hacia el medio ambiente, hacia la mujer, hacia el ser humano.
En ese fascinante y cálido espacio de trabajo encontramos, como artista prolífica que es, decenas y decenas de obras. Unas, muchas, acabadas; otras “en barbecho”, esperando ver cómo respiran. Cómo, casi por sí mismas y desde su propia identidad natural, deciden acabar siendo una cosa u otra; y ello porque Elena transita constantemente desde lo escultórico a lo bidimensional, descubre constantemente nuevas asociaciones de elementos aunque, como ella misma afirma, “a veces no hago nada porque, las cosas que ya ha hecho la naturaleza, ¿para qué repetirlas?”.
Utiliza casi desde siempre esta sobria paleta de color construida en torno al óxido, a la tierra, a lo telúrico, tonos profundamente enraizados en el suelo que pisamos, a excepción de los que protagonizan su proyecto “Un mar de plástico” -financiado por el Ministerio de Cultura y Deporte-, en el que los colores venían del mar pero eran, tristemente, los de los miles de microfragmentos de plásticos de colores que la marea arrastra desde el fondo hasta las playas. Este proyecto, profundamente concienciador desde el punto de vista ecologista, ha podido verse
en el contexto de varios solo shows de la artista -La Capella de l’Antic Asil, Galería Vangar, Sala Manuela Ballester de la Universitat de València-. Otra de las líneas troncales de investigación de la artista catalana es la vulnerabilidad. Conectamos de nuevo con el ecofeminismo, la corriente de pensamiento que pone en el mismo plano la violencia infligida al planeta y a las mujeres. Una estupenda muestra de las conclusiones a las que llegó Martí pudimos verla en el Espai d’Art Contemporani de El Corte Inglés de València. Hechos artísticos como este justifican palabras como las de Blanca de la Torre:
Juntas, los ecofeminismos y las prácticas artísticas, forman un tándem que puede operar como matriz de pensamiento-acción que ofrezca una relectura de nuestras bases culturales en un momento en que la crisis climática y ecosocial nos exige un cambio de modelo.2
Les invito a que profundicen en la obra de Elena Martí: no es más que un gran acto poético.
Concha Ros
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